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28 noviembre 2013 4 28 /11 /noviembre /2013 22:17

                                                                                         
 20130331-1-.jpg Catalina Labouré. Fue la séptima de diecisiete hijos, se crió en una granja, Ingresando en las Hijas de la Caridad, donde tuvo una vida sencilla y escondida sólo después de su muerte se supo de las apariciones que tuvo de la Virgen mostrándole la Medalla Milagrosa por su confesor el padre Aladel. Murió el 31 de Diciembre del 1876, la canonizó Pío XII.

  Continúan las lecturas de estos días presentándonos un tiempo desolador en aflicciones y penas, a mí se me va el pensamiento a Filipinas, Siria, los demás países en guerras, los campos de refugiados, al hambre, a la enfermedad. ¡A tanta muerte! Quedándome con la sensación de que el caos, la destrucción, la tribulación, debe de ser similar a lo que nos dicen las escrituras. El dolor es un misterio que no se entiende sino es viviéndolo en Jesús, con El, viendo al Hijo del Hombre en el madero con los brazos extendidos, sabiendo que es Dios mismo ¿Cómo si no, vamos a entender ningún sufrimiento? Pero existen esos brazos y esas manos colgados de la cruz, a disposición nuestra, para nuestro refugio, para acogernos, siendo la almohada donde descansar nuestras cabezas, nuestros cuerpo, nuestros corazones deshechos para juntarlo con los de un  Dios partido, sufriente, moribundo, pero con las entrañas enteras rebosantes de misericordia, compadeciéndose hasta la muerte de los hijos de su creación, de su amor. ¡Sí, solo tiene sentido nuestro padecer unido al suyo! Dónde se hace uno. Convirtiéndose en vivificador; toda destrucción,  toda muerte, es semilla de Resurrección, compasión, de misericordia de Dios.

  “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación” hay momentos en que todo nos falla, siendo un sin sentido la vida, sin embargo, nos queda levantado desnudo el Cuerpo Divino de Dios, hecho pan tierno, caliente, de amor ofrecido para divinizar nuestros padecimientos,  nuestro angustias, nuestra muerte, para en El, llevarnos a la plenitud de la Vida que El és. No, no se entiende la amargura más que en Dios.

   María ante el tormento que sufrió no sucumbió ni dudó sabia quien era su Hijo, no necesitó ni ir a ver la tumba vacía. Su Hijo, su Dios, la que la hizo Madre, abrió su corazón y sus entrañas haciéndola fecunda en el tiempo, en la historia, en su amargura  más desgarradora, se supo madre de toda la humanidad. El Dios maravilloso, siempre sorprendente, hace fecundo toda agonía, toda muerte.

“Entonces veremos venir al Hijo del Hombre en una nube con gran poder y gloria”. Nos quedaremos tan atónitos, tan “pasmaos y fascinaos” al ver la nube la gloria y al Hijo de Hombre que la muerte se asustará y se irá.

Él, es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura eternamente. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. ¡Bendiga la tierra al Señor!

¡Vivirlo todo con el Señor porque sólo El es nuestra liberación!


                                                ¡Sí, a la vida!     Bebe-63[1]-copia-1

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