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10 febrero 2013 7 10 /02 /febrero /2013 12:52

 

 

  20090719[1]

 

 

    Hace unos días, me trasladé al pueblo de junto para participar en la Eucaristía. Oficiaron dos sacerdotes conocidos por mí. Uno, es el encargado por el Sr. Obispo  de recopilar  documentación y redactar la vida de un compañero de ellos,  fallecido con fama de santidad, con el cual, yo  trabajé en diferentes y complicados proyectos. Es por ésto que nos hemos reunidos en ocasiones para conectar con algunas personas, testigos presenciales de sus muchas andaduras y recabar fidedigna información. Al verme, este sacerdote me susurró: "no te vayas sin que hable contigo". Así que, al terminar la Eucaristía, me pasé por la sacristía, encontrándome con los dos. Una vez terminada mi conversación con el primero, el segundo sacerdote me comunicó, que se marchaba definitivamente de la sierra, para entrar en la Casa Sacerdotal  (de otra provincia) para mayores. Me cayó mal; pensé: "otro sacerdote menos para atender los muchos pueblos de la zona".

 

 

   Me contó que había estado enfermo y él (que nunca jamás se había sentido solo), había experimentado abandono y soledad. Después de un rato de charla, me ofrecí para ayudarlo a la mudanza.

 

 

   Como quedamos, me llamó el día convenido y juntos con un señor, tres jóvenes albaneses y una amiga,  cargamos en los coches los bártulos y salimos uno, detrás de otro, hacia su nuevo destino. Llegamos invadiendo  el que sería su apartamento, con las maltrechas macetas, enseres personales  y muchos, muchísimos libros, con el sonsonete de fondo de las risas, saltos, cantos y llantos de mi encantadora y preciosa niña.

 

    Se fue colocando cada cosa, para que pudiera pasar su primera noche; se quedó todo de dulce. En un momento dado, cogió una vieja caja de lata abollada, y extrayendo de ella una taleguita, me la ofreció diciendo: "¡mira!". De ella sacó un pequeño y amarillento librito blanco, un lazo de brazalete con un lindo bordado y un cordón de hilo de oro oxidado por el paso del tiempo, con una cruz. "Diciendo:" es de mi primera comunión, me lo traje cuando se quitó la casa de mis padres" . Lo acaricié todo con sumo respeto, como si tocara su alma, junto con la de su madre. Mi vena sensible se disparó y desmelenó, dejando de ver al sacerdote mayor,  en ese instante, veía al niño al que su madre, con inmensa ternura ponía tales signos, en un día tan especial, jamás olvidado.

 

 

   Después pasé por la tercera planta para saludar a algunos sacerdotes, ancianos y enfermos, que conozco y que viven allí hace tiempo. Unos tenían que ser conducidos, mientras ellos arrastraban sus lentos pies, otros, en sillas de ruedas...,  había quienes miraban intensamente sin poder hablar. El cuadro era un poema. Se me encogió el corazón al contemplar que hombres, consagrados sacerdotes, que habían entregado sus vidas, a sus diócesis y parroquias en favor de las almas, aparentemente no eran nada. Sólo mostraban mucha vejez, almacenada en un montón de años,  cuerpos llenos de dolores y limitaciones por el sufrimiento de la enfermedad, apartados del mundo, en soledad. Pero en realidad, eran vidas vividas, gastadas por, con y en Jesucristo, sabiendo que El mismo vendrá y los recompondrán, dándoles la Vida Eterna, porque el Resucitado, toda muerte vuelve vida y en éste es, en el que esperan: "En Jesús, el Nazareno".

 

                                                                          smiley-camillo-41x38[1]

 

 

                                                                                             !Si a la vida!       bebe gateando[1]10 de febrero 2013    

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