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16 octubre 2022 7 16 /10 /octubre /2022 09:01

 

   Mientras en todas sus cartas Pablo saluda deseando la gracia y la paz, a Timoteo en cambio, le desea la gracia, la misericordia y la paz. Pablo dirigió dos cartas a Timoteo, esta segunda, estando preso en Roma próximo a morir, pidiéndole que afrontara la situación, condenando las erróneas doctrinas de los falsos cristianos, al ver que ante el conflicto planteado por los herejes, había quienes dudaba de la capacidad de Timoteo por su juventud y timidez.

 

   Timoteo era natural de Listra hijo de Eunice judía conversa y padre griego, nieto de Loida. Pablo llegó a Listra con Bernabé, al curar a un tullido, la gente creyó que eran dioses, para demostrar que eran de carne Pablo se rajó la camisa, decepcionado el gentío lo apedrearon. Siendo acogidos los apóstoles en casa de Timoteo, quien tendría unos quince años, dando comienzo una fuerte amistad, pasando a ser hijo amado de Pablo, quién lo circuncidó para que fuera aceptado entre los judíos conversos, Timoteo acompañó a Pablo en su segundo y tercer viaje, lo nombró obispo de Efeso. Para sus dolencias de estómago le aconsejaba tomar un poco de vino por lo que se le invoca en los padecimientos de estómago e intestinos. Murió apedreado siendo emperador de Roma Domiciano.

 

  Aquí vemos, como desde el principio hay problemas y desencuentros en nuestra iglesia, -siempre los habrá- por personas que interpretamos o tergiversamos el mensaje de Jesús, según nuestro propio entender; por la diversidad de criterios que en sí, no es mala pero al llevarlo al terreno personal, queriendo imponer, nuestras ideas ya, sí lo es, por protagonismo, abuso de poder, mala administración de los bienes, ocultación de hechos vergonzantes, luchas entre progresistas y tradicionalistas, no aceptar al papa porque no va con lo que pienso, o quiero. Cabezas mal situadas llevamos a la desunión, a perder el norte, en este caso, la visión y voluntad del Señor, pero pese a esto, la iglesia camina a través del tiempo en nombre de Jesús, asistida por el Espíritu Santo, al encuentro del Padre.

 

  Al igual que Pablo, nosotros somos discípulos -seguidores- y apóstoles -enviados- por voluntad de Dios y me atrevo a decir más... y por voluntad nuestra. Es decir, por correspondencia de amor, queremos participar en el anuncio de la plenitud de vida que es Jesús, o sea; lo que enseña S. Pablo se hace realidad en cada uno de nosotros, ¡si queremos...! porque es la vivencia de nuestra estrecha relación con el Señor, la que nos hace ver que en verdad, ¡Jesús es vida y nos ama! Ya no es porque lo dice S. Pablo sino el resultado de lo que experimentamos y vivimos.

 

   No puedo decir como Pablo que doy gracias a Dios con conciencia pura, le doy gracia con mis pecados, obscuridades, y miedos pero esto no me detiene... no me asusta; quiero, necesito, deseo como el apóstol, manifestar que Jesús es el Hijo de Dios resucitado, que a todos los hombres alcanza sus amor, gracias, y dones. Que todos sepan que Jesucristo es nuestra esperanza de vida eterna, ¡de gloria!

 

   Debemos preguntarnos, ¿deseo vivir dando lo que recibo gratuitamente de Dios? Los dones son lo talentos que nos da el Señor, no puedo desperdiciarlo, ni atrofiarlos, por falta de uso, abandonándome en comodidades, timideces y limitaciones, ni vivir avergonzados de dar testimonio de Él, para ello hemos recibido todo en Cristo Jesús, Señor por toda la eternidad, ya que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad, para cuyo servicio nos ha constituido apóstoles.

 

   Siendo los más débiles por la fuerza del Espíritu nos hacemos valientes e inquebrantables, al ser discípulos de Jesucristo por su gracia nos capacita al recibir el Espíritu Santo haciéndonos misioneros; amando, manifestando este amor al mundo, con el corazón abierto para que el amor de Dios brote de nosotros a los hermanos, tenemos que ser pegamento bálsamo que pegue y cure sus heridas con alegría, porque testimoniamos que Cristo, es nuestra felicidad. Avivemos el fuego del amor de Dios en nosotros, viviendo en Él y de Él para manifestar nuestra fe que es... ¡Su cierta existencia! No podemos ser los que aguantamos, con desalientos, sintiéndonos asustados, fracasados, con rabia por tener que convivir ante lo imposible de nuestra conversión, de la del mundo, de aquellos que queremos, tampoco, vivir la fe satisfechos, regodeándonos en nosotros mismos, y diciendo; “perdono pero no olvido” y continuar tan contentas participando del pan divino.

 

    A todos se nos ha impuesto las manos recibiendo el Espíritu Santo, que nos ha ungido, no un poquito o una parte de Él, no, entero, ¡a lo grande...! con todo sus dones y carismas por lo que estamos obligados a ponerlo en práctica para reavivarlos, sin derrumbarnos ante lo que somos. No, Jesús está, nos sostiene y nos ilumina con la fuerza de su espíritu, es verdad que no somos nada, que el mundo está muy mal, que todo parece que se va a desbaratar, ¡verdad! pero... ¡qué importa! ¡todo es obra suya y él sabe...! debemos vivir en el Señor y desde el Señor, para Dios. Estar en Él, Él es nuestra alabanza, nuestra acción de gracias, nuestras bendición, en Él, con Él aclamamos, veneramos, glorificamos, ensalzamos, damos gracias, a nuestro Padre, no en nuestro nombre sino en nombre de toda la creación, ¡Desde Él mismo! No nos podemos quedar en nuestras pequeñas cosas -que son grande, sin duda; familia, amigos grupo... no, tenemos que abrirnos en el corazón de Cristo y darnos, con vehemencia, con frenesí, ciegas de amor por que no amamos por nosotros, amamos con su mismo amor, a cada hombre y al mundo que componen este planeta. ¡En Cristo lo podemos todo!

 

   Para esto, nos tenemos que formar en el silencio de la oración, de la reflexión y discernimiento de la palabra, de los sacramentos y sobre todo de la eucaristía, es imprescindible vivir en comunión, es decir com – únión, si en verdad amamos a Cristo, no nos queda otra que enamorarnos de las obras de sus manos, de todo lo que Dios ha puesto en cada hombre. Tenemos que aprender a amarnos con el mismo amor con el que el Señor nos ama, viviendo en el Espíritu Santo para el Padre y el Hijo, esto nos lleva a la comunión y unión con la iglesia, con toda la humanidad. No hay iglesia si estamos divididos, sin respetarnos ni querernos. Vivir en Dios es; estar unidos a los hombres y a toda la creación. ¡Que la gracia, la misericordia y la paz esté con nosotros!

 

 

La Gracia La Misericordia y La Paz

                                                      ¡Sí a la vida!

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