El blog de Botellas a la mar

     Malaquías, su nombre significa: “Mi Mensajero”, es uno de los doce profetas menores, siendo su libro el último del antiguo testamento, no hay dato alguno sobre él, habiendo muchas dudas de si el libro es anónimo, o lo realizó otro profeta. Fue escrito en Jerusalén sobre 445 a C

     El amor de Dios por su Pueblo, por cada uno de los que lo componemos, es una alianza eterna, de vida y paz, es un canto de amor continuado, sin interrupción, entre Dios que no se cansa nunca de amar, estando siempre en espera, dispuesto a perdonar. Y el hombre, un ser vivificado por Él a quién ha dado inteligencia, voluntad y libertad, que siendo frágil, corruptible y mortal, es salvado al creer en su Hijo Jesucristo, e iluminado con la fuerza de su Espíritu. Más, con todo lo que recibimos, rompemos la relación con Él continuamente. (Rom 7, 19-25)

    El Padre nuestro que está en los cielos nos eligió desde toda la eternidad; somos pensamientos de Dios, deseo de Dios, voluntad de Dios, creación de Dios, gracia de Dios, salvación de Dios, santificación de Dios. Hemos sido creados para conocerlo para vivir por Cristo, con Él y en Él amándolo, glorificándolo, correspondiendo a su amor, no debemos adorar a otros dioses, a los de este mundo. Aunque caigamos en pecado tenemos que levantarnos, una y otra vez, lavándonos en la sangre del Cordero (Ap 7, 14).

     Dios nunca defrauda, somos nosotros los que nos distraemos, apartándonos de su lado, arrinconándolo, callándolo, y despreciándolo olvidando su grandeza, dejamos de seguir al Maestro. Ponemos nuestro amor propio por encima del suyo. El Señor no sobrelleva el cinismo, la prepotencia, la mentira, la avaricia, el egoísmo, el amor propio, la soberbia... el no reconocimiento de nuestra nada, pero se enternece de la caída del débil que se sabe pecador y se arrepiente. Su amor es gratuito, sin interrupción nos ama con pasión como somos, tal cual, si le respondemos se inicia una relación que se convierte en tu historia de amor con el Todopoderoso, esto es un hecho cierto, real, si queremos seguirles, viviendo la experiencia de la presencia de Jesús Nazareno. ¡El Resucitado!

     No todos deseamos ser para Dios, cuando vivir sin Él, es hacerlo en oscuridad, confusión, inseguridad, tristeza... ¡es vivir sin esperanzas! Podemos estar rodeados y llenos de todo lo mejor de esta vida pero el vació que deja la superficialidad de este mundo no lo llena nada, ni nadie, nuestro amor deja de ser limpio, el corazón se ciega y endurece, se nos apaga el fuego al no vivir en unión con el Señor que es quién purifica nuestro ser. Esto es vivir sin Dios, estar sin su Luz, sin las Fuentes de Agua Viva, sin el roce con el Maestro, siendo siempre de noche, sin posibilidad de gustar las fragancias y el gozo de su amor, desde las entrañas, desde la la raíz misma de nuestro esencia. El hombre hace esfuerzos tremendos, como años de estudios, oposiciones, vidas entregadas a duros entrenamientos para la constantes y monstruosas competitividades, por el simple hecho de poseer brillando, cuando lo principal lo más importante, lo único que habita en nuestro interior, ¡lo acallamos! lo tapamos, ahogándolo con las nubes turbias y espesas de nuestro mal vivir, ¡a Dios! Si nos empleáramos en buscarlo y encontrarlo ¡Mostraríamos su gloria!

     Dios quiere que seamos felices que vivamos a tope, que lo hagamos poniendo en todo el corazón puro, limpio para no empañar ni oscurecer su luz para que brille con todo su esplendor, en todo lo que hagamos con amor, que es lo que nos adentra en el corazón de Cristo, en lo secreto, en lo misterioso de Dios.

     ¿Cuánto amo a Dios? ¡sencillo! ¿Cuánto amo sin egoísmos, con generosidad a mi esposo, esposa, suegros, familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, enemigos...? el amor es sagrado porque es el amor con el que Dios nos ama, y con ese mismo amor santo, debo amar a los demás, de tal manera que me de cuenta que el amor que ponga en todo, es su amor, y su mismo amor es nuestra correspondencia a Dios. O sea, su amor es un regalo que viene a mi, de mi, al prójimo, y del prójimo a Dios, esta es la perfecta manera de amar, sin desperdicio de amor santo, con el que Él nos ama. El amor nunca se pierde, viene de Dios y va a Dios si le respondemos. Amor que santifica nuestros corazones si queremos. (1 Cor 13, 4-7) Multiplicándose los talentos (Mt 25, 14-30) y aumentando el tesoro que nos encontraremos en el cielo, es este mismo amor que se nos ha dado, con el que amamos.

     Deberíamos vivir sin miedos ni titubeos, con la seguridad de la existencia del Dios vivo, viendo como nos cuida y ama pero... Nunca estamos solos, vivimos con el Señor, estamos consagrados a Él por el bautismo, somos portadores, sagrarios suyo. Siendo Profetas, debemos dar testimonio de su existencia, su presencia, su amor y misericordia, por ser Sacerdotes, intercediendo por todas las personas y acontecimientos que acontecen en la vida, ungidos Reyes, capaces de gobernar,conducir, reinar, pastorear que es servir,(Catecismo de la Iglesia Católica, 783-786) más, no nos acordamos de cual es nuestra misión, de ser adoradores de alabanzas, no por nosotros, por nuestras familias, por los que queremos, por sentirnos buenos, ¡no! porque es para lo que Dios nos ha creado, para que nuestras mentes, corazones, labios, entrañas: alaben, adoren, veneren, glorifiquen, dándole gracias, rezando, pidiendo y diciéndole ¡Te quiero! en nombre de todos y cada uno de los hombres y de toda la creación.

     ¿Lo honramos como Padre y como Señor? Qué ofrecimientos llevamos a la celebración de la Eucaristía, qué ponemos en la mesa de las ofrendas, con qué sinceridad lo buscamos, es más fuerte lo que deseamos y nos apetece que los deseos de Dios? Si lo amamos tenemos que ser uno con Él. ¿Queremos ser de su propiedad, lo deseamos ardientemente? O venimos por rutinas, costumbre, tradición, cultura, para que me conceda un favor, ¿o por amor por necesidad de Él, de su contacto, de su presencia? ¿Le llevamos las almas rotas, las necesidades del mundo, los corazones de los hombres, las guerras, los enfermos, los pobres? ¿Nos levantamos por la mañana y nos preguntamos y hoy a quien voy a dar el amor de Dios, el amor con el que Él me ama? Tenemos que amar con hechos, con actos sin esperar nada. ¡Sólo amar que es sembrar!

                                              ¡Sí a la vida!