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27 noviembre 2013 3 27 /11 /noviembre /2013 20:58


 images-1--copia-4.jpg La aparición de la medalla Milagrosa fue en Paris, un domingo 18 de Julio 1830, en la capilla de la Casa Madre de las Hijas de la Caridad, a Catalina Laboure. El padre Alade lo contó en el proceso canónico. Estando en oración con la comunidad, la Virgen se le apareció mostrándole la medalla con las palabras: ”Oh María sin pecado concebida!, Rogad por nosotros que recurrimos a Vos” diciéndole la Virgen que quien llevase la medalla tendría su protección.

   El rey Baltasar bebe con todos sus cortesanos en los vasos sagrados del templo de Dios, su uso sacrílego le lleva a verse en una situación acongojante, en la que ni su reino, riquezas, poder y vasallos lo consuelan, librándolo del miedo, dándole seguridad, ante la realidad que ven sus ojos. Se siente y se ve desnudo de todo lo caduco y corrupto de lo que estaba vestido.

  También nosotros hacemos mal uso de todo lo creado por Dios que lleva su sello de santidad, de amor. Ya, que todo es del Señor, puesto a nuestra disposición para nuestro servicio, debiéndolo de administrar correctamente porque todo lo que hay en nuestro planeta no nos pertenece, es un bien para toda la humanidad, del que nos servimos en las necesidades de cada día. No para acumular hasta morir.

  Los objetos sagrados deben ser respetados, queridos, porque están puestos al servicio del Señor en nuestras preciosas liturgias, la mayoría de las veces son ofrenda bellas, hechas desde lo más intimo del corazón por personas generosas que todo les ha parecido poco para Dios. Siendo extremosamente triste y desagradable ver en anticuarios y mercadillos casullas, reliquias de santos, misales, sagrarios, cálices… Hace unos días me contaban como los sagrarios lo utilizan para guardar los vinos selectos ¡Qué sin sentido! ¡Que el lugar sagrado donde ha estado el Ser que no puede contener ni cielos ni tierra, contenga ahora bebidas para los hombres! Evitemos estos desatinos, haciendo que cuando nos encontremos pieza sagradas, hagamos lo posible por rescatarlas, volviéndolas a poner al servicio para el que fue creado, tratándolo con dignidad y el respeto que se merece, por servir para la alabanza y adoración de nuestro Dios. Dueño de nuestras vidas y de nuestras empresas.

  ¡Qué decir del respeto del templo, del ser de todo hombre?! De los niños abortados, violados, raptados, esclavizados, asesinados de los ancianos desatendidos, de los padres sin trabajo, impotentes para alimentar a sus hijos o para medicarlos ¡Cuántas muertes injustas, inútiles! ¡Cuántas profanaciones! Recordemos siempre que hemos nacidos para Dios, trabajamos para su Reino y moriremos para vivir en Dios, en su mismo Reino de Amor. Ser cristiano es difícil, muy difícil, porque nos sentimos arrastrados por un amor embriagador el de Jesucristo, estando rodeados del mundo, acechados por el demonio y la apetencias de la carne, añadido a nuestro ser de pecadores, pero Dios no pide imposibles. Si somos serios y constantes no nos faltará la ayuda del Espíritu Santo; dejémonos amar y guiar, El hará su obra en nosotros.

  La vida trae tribulación, pero tengo para mí, que lo que nos produce más daños son nuestras incongruencias, soberbias, falta de fe y desesperanzas, el motivo de nuestra infelicidad somos nosotros mismos. No nos agobiemos por nuestras flaquezas y pecados, seamos niños como Santa Teresita, cuando no podía por sus medios vencer algo, huía, a los brazos de Dios. Bien lo dice la oración de colecta de hoy: “despierta Padre, la voluntad de tus fieles para que, buscando con fervor, los frutos de la gracia divina, recibamos con mayor abundancia la ayuda de tu bondad”. No podemos apoyarnos en nada humano que no venga de Dios.

Deberíamos vernos como nos ve el Señor desnudos de todo lo que no sea el amor. San Juan de la Cruz dice:”a la tarde te examinarán en el amor”; Igualmente San Agustín dice: “vales lo que tu peso de amor”. No servir más que a “Yo Soy el que Soy”, no merece la pena los otros dioses. Pidamos al Señor que nos haga perseverantes en el amor, en su amistad, en la fe en El.

Al cristiano no se le conoce por fanático, ni por resignarse; el cristiano es una persona enamorada de Jesucristo, que junto con El, está siempre en camino, haciendo el bien. Resignarse es pararse.

 

 

                                                                       ¡Sí, a la vida!   Bebe%20(155)[1]

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