Nos dice San Juan Evangelista: “la sangre, el agua y el Espíritu es quien nos da testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios y que quien cree en Él vence al mundo”.
No puedo entender la Encarnación sin la Pasión y Resurrección. El niño de Belén, la Palabra, en la que está la Vida eterna, encarnada en el vientre de María para que tengamos vida abundante; es el Cordero degollado que nos ama hasta el extremo, dando su vida. Sus heridas nos han curado, con el agua de su costado y con su sangre nos ha purificado y salvado, siendo su Espíritu quien nos da testimonio que Él es el Hijo de Dios.
Creo que la mayor adoración que se le puede dar al Padre es amarlo y servirlo en su Hijo Jesús. Esto, no hay manera de hacerlo si no es desde el trato, desde una relación intima personal con el Señor, en su Espíritu, para como Juan, ser voz que clama y proclama, testimoniando la Vida que es Jesús; para ello, tenemos que experimentar su sanación, permaneciendo en el que es la Vida Eterna ¡El Hijo de Dios! Que nos hace vencer el mundo viviendo en verdad y libertad.
¡Sí, a la vida!