San Jerónimo, presbítero y doctor. De duro temperamento, polemista de lengua afilada y perspicaz, conocedor del latín, griego, y hebreo; dado al ayuno y la penitencia. Corrigió el texto bíblico que hoy conocemos como Vulgata.
El señor nos habla de humildad, de ser niños, sencillos, en transparencia, con libertad. Seamos como seamos, ante la presencia del Señor siempre nos mostramos desnudos, desnudos de caretas de artificios, desnudos desde la raíz de nuestro ser; nuestra desnudez ante Dios, no la podemos vestir de nada, ni con nada, que no sea amor.
El Señor Dios es un Dios celoso, nos ama tanto que habita con nosotros y en nosotros, siendo Él mismo, el vínculo, el vaso comunicante de dones, de dicha, de felicidad, de amor el que nos une unos con otros. El siempre fiel, es propicio a su pueblo, a su gente, a pesar de nuestras infidelidades; porque el Señor, por su Ser de Dios Misericordioso, en cada momento y en cada instante nos restaura, nos capacita, nos bendice para hacernos resurgir de nuestras propias cenizas. No importa ser pecadores, criminales, ladrones, corruptos… si nos dejamos lavar por el agua de su costado y vestir con su sangre, que es la que nos embellece desde la raíz del ser, vistiéndolo, cubriendo nuestra desnudez de su mismo amor. El no castiga, es nuestra permanencia en el pecado, nuestra pereza para levantarnos, el que nos enferma, pero tenemos a nuestro DIos siempre dispuesto a sanarnos, a resucitarnos en su perdón.
¡Sí a la vida!